Era noviembre

y quería dar un regalo. Pero no sabía qué dar, y un país pequeño era todo lo que tenía. Hubiera querido ponerlo guapo y simpático, como un niño regordete con su ajustado trajecito de comunión. Pero tenía las manos vacías de país, y mi país no un niño regordete, ni limpio y su imagen no es de niño bueno. Pero no importaba creo que sólo hubiera sido un regalo de esos que alguna gente olvida con el tiempo, de los que se van quedando atrás, en el baúl de los objetos perdidos o en el espacio de la memoria de regalos a olvidar.
Yo no sé si volveremos a ver la luna en Diciembre, quizás el otro año o talves nunca. Quizás porque los noviembres ya no han sido los mismos desde entonces. Esperamos un viento frío que no llega, unas palabras que nunca fueron dichas, que nadie sabe si existieron en realidad; y ha llegado un recuerdo que creíamos olvidado, pero que siempre ha estado ahí como un terco goteo en una tarde sin sol.
Siempre aprenderé algo nuevo en noviembre o me hartará su crueldad, algo que no me dejó octubre y los sueños postergados que soñaré hasta diciembre.
Este mes no fue bueno, excepto de que estoy acá a casi 600 km de casa, estoy bien a pesar del mes y las noticias.