De ahí hubo tantos "cambios" en el sistema, y Por esos cambios, tuve que ver varios doctores cada año, o cada vez que se les ocurría cambiar de jurisdicción a los doctores, una de esas cosas complicadas donde la burocracia puede más que la lógica y hoy sí el "bienestar" de los beneficiarios. Hasta que por último se les ocurre nombrarles "médicos familiares" con consultorios más o menos cercanos al domicilio del paciente.
Sí, uno diría, es una buena idea, y quizás lo pudo ser, si no fuera por toparse con la burocracia y planes mal diseñados.
Fue el último consultorio de ese tipo que visité, la última doctora bajo la "protección" de Bienestar. La recepcionista era una mujer joven, delgada y morena, que quizás sólo había pasado noveno grado, siempre vestía de manera muy sobria y sencilla, su trabajo era abrirle la puerta con llave a los pacientes que llegaban temprano, registrarlos y lo más triste, decirles que a los que llegaban tarde que el cupo estaba lleno, con una cara de mucha pena o al menos lo aparentaba casi muy bien, con tono de vergüenza decirles que lo sentía mucho.
Decirle a un padre preocupado por su hijo con fiebre que regrese mañana o pasado, puede ser quizás de los empleos más tristes, nunca sabré si realmente ella sentía verdaderamente pena, yo solo la veía con la mirada perdida casi inmutable pero más triste que inmutable, pensado que algo mientras nadie le preguntara si ya había llegado la doctora.
Quizás decirle lo mismo a los pacientes todos los días la hizo acostumbrarse si es que uno se acostumbra a eso. Cuando estaba en ese consultorio me parecía inhumana e incluso bizarra la escena, no recuerdo si en algún momento me tocó a mí, por juzgar la pose de la recepcionista parecía condenada a estar ahí y que no podía hacer nada, más que obedecer, abrir y cerrar la puerta con llave.