lunes, 20 de julio de 2015

Hierro y Abril

En primer año de bachillerato conocí a Alberto Quiñonez, hace once años, pronto serán más, a medida que este post quede en el pasado. No recuerdo cómo fue que hablamos y eso porque los dos éramos muchachos muy callados, pero rápido compaginamos como piezas sueltas, muchachos que buscaban respuestas y conocimiento en un ambiente quizás hostil, un colegio evangélico. A pesar de eso, tuvimos un buen maestro, aunque era cristiano, el profe Miguel Villarreal -o mejor conocido como "Shinola"-  de Ciencias Sociales, supo enseñarnos sobre la conciencia social, filosofía, historia y esas discusiones  sobre realidad nacional que se hacían eternas.  
Asistimos al incipiente taller literario del colegio, que más parecían clases de repaso, pero la maestra de Lenguaje se esmeraba a pesar de sus limitantes y lecturas (eso sí, sabía mucho de gramática). Supimos que ese lugar no era para nosotros,  demasiado bonito, demasiado con buenas intenciones de "fomentar la lectura comprensiva" y otros intentos.
Por un choque de sucesos, unos meses después nos encontramos en La Casa del Escritor, discutiendo textos, tomando Coca de dieta y compartiendo con los compañeros y Rafa quien escribió esto en su blog sobre los "poetas niños". Quiñonez sólo permaneció cerca de año mientras terminó su poemario, y lo hizo, luego desapareció muy a su estilo de estar ausente y es algo que no se le quita pues tengo ya algunos años de no verlo.

El sábado pasado pude comprar su libro Hierro y Abril, que fue electo ganador el año pasado del Premio Ipso Facto de la editorial Equizzero. Ya no se trata de aquellos textos donde uno podía sentir al César Vallejo de Trilce y Poemas Humanos, lo sigue estando pero menos presente, y siempre tiene ritmo de San Juan de la Cruz, pero no deja esos versos fuertes, crudos y metálicos que siempre le han caracterizado. Ojalá éste libro se el primero de muchos.

Dejo uno de los poemas de libro.

Tus labios quemaron a la muerte en la ceniza quemada de mis hambres
pero tu cuerpo de luz recién nacida entre las manos de Dios creó la sombra.

Ahora es innecesario herirse.
Golpear infantilmente la puerta de las desgracias.
No hay tragedia,
sólo la contradicción que nos salva de lo que somos.



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